El querido Gerardo Rozín tenía una teoría que contaba todos los días en sus distintos programas de radio. Primero hacía rodar el tema «Mi gin tonic» de Andrés Calamaro, ese que dice… «Hay días para quedarse a mirar, Hay días en que hay poco para ver, Hay días sospechosamente light, Hay un deseo que pido siempre que pasa un tren».
El mejor regalo de la historia
Gerardo decía que una vez había ido a la Costanera y vio a un hombre al que se le posó una Vaquita de San Antonio y que, como es la costumbre, comenzó a pedirle los tres deseos. Y escuchó que en un momento comentaba «mi deseo es que este valga por otros 10». Esto le hizo llegar a la conclusión al conductor que el que está mal pide un solo deseo, con mucho ímpetu, con todo el alma… «Que se cure, que no me deje, que vuelva, que me salga el trabajo». En cambio, el que está bien, pide muchos: «cambiar el auto, ganar la lotería, que mi equipo salga campeón, mudarme a una casa más linda».
Hasta hace diez días no sabía qué iba a pedir para mi cumpleaños de 50, que fue este sábado. La típica es salud, amor y dinero, aunque muchos invierten el orden, pero es lo que generalmente se pide. Al menos los que no tienen esa necesidad imperiosa que les está partiendo el corazón, o la cabeza. Sin embargo, el 7 de octubre cambió todo. Los tremendos atentados que produjo el grupo terrorista en Israel, con más de mil muertos, heridos y secuestrados, me encontraron con mucha familia viviendo en el país: mi mamá, mi hermana, cuñado, sobrinos, primos, amigos. Pero, sobre todo y principalmente, mis dos hijos: Lola y Lucas, mis mellis de 18 años que estaban desde febrero haciendo un plan de estudios que duraba hasta fin de año.
A partir de ahí mi vida cambió. Gracias a Dios a ellos no les había pasado nada más allá del susto de las sirenas, las corridas a los refugios y el hecho de ser testigos del peor ataque a Israel desde la guerra de Iom Kipur en 1973, justo cuando yo nací. Sin embargo estaban lejos, con miedo, con sus amigos y compañeros que empezaban a pedir volver a la Argentina. La primera misión, urgente, era que Lola se juntara con Lucas porque estaban en ciudades diferentes. ¿Cómo hacerlo? ¿Podría subir a mi hija de 18 años a un taxi cualquiera cuando se decía que había terroristas en las calles?. Al final, mi hijo se animó y fue a buscarla con un taxista, a pesar de que le sugerían que no saliera a la calle. Luego el objetivo era que regresaran al país. Pero no era tarea fácil. Miles de turistas y de otros estudiantes de todo el mundo también querían lo mismo y las líneas aéreas internacionales cancelaban vuelos todos los días. Colapso casi total. ¿Entonces?.
Llamé a más de diez agencias de turismo, busqué por todos lados la manera de comprar pasajes para que vengan, para que se sientan seguros, más allá de que ahí la familia y hasta gente desconocida les ofrecían ayuda y alojamiento. Por su parte la Cancillería argentina anunciaba que habría vuelos de repatriación, aunque recién el martes se confirmó que el primer viaje se haría el jueves. En el medio continuaban los bombardeos de Hamas, que incluso apuntaban al aeropuerto Ben Gurion, las sirenas, las corridas a los refugios y el miedo de que esto iba a continuar durante un tiempo prolongado.
Finalmente tuve la posibilidad de comprar pasajes a Portugal y los chicos salieron el miércoles a la tarde hacía Lisboa. Al ser un vuelo de la línea aérea de bandera de Israel, había pocas posibilidades de que se cancelara, pero la tranquilidad recién podría llegar cuando estuvieran en el aire y lejos de los alcances de los posibles misiles. Una vez en Europa, ya sacamos los pasajes para que el viernes regresaran a la Argentina.
En la mañana del sábado, el día de mi cumpleaños 50, recibí el mejor regalo de la historia. Ese que uno pidió con el alma. Lola y Lucas estaban en el aeropuerto de Ezeiza y me dieron el abrazo más lindo de nuestras vidas. O al menos de la mía. Luego de eso, sentí como que mi cuerpo se recuperaba de una durísima pelea de 15 rounds.
Sé que a mucha gente le suceden, desgraciadamente, cosas más graves. Que hay personas que la están pasando mal y que su lucha aún continúa. Yo solo quería compartirles esta historia que si bien no es para festejar, por todo lo que siguen sufriendo millones de personas, fue un momento feliz dentro de tanta tristeza. Y lo es también para mi mujer que hoy, en el Día de la Madre, puede disfrutar también de un abrazo larguísimo con sus dos hijos en casa.