A cinco meses de la llegada de Javier Milei al poder y unos días después del segundo paro general contra el Gobierno, con una contundente adhesión, deviene necesario reflexionar sobre la marcha de esta singular administración que comenzó el 10 de diciembre y que, con el objetivo primario de reducir la inflación y buscar el equilibrio fiscal, ya ha generado un daño social sin precedentes.
Dos caras de la misma moneda en política exterior e interior: ¡así no Milei!
El primer elemento curioso de todo esto, y que lo atribuyo al particular estilo y personalidad del presidente es que la política exterior e interior caminan inciertas a la par, y sin miras de sustentabilidad temporal.
Siempre se afirma que la verdadera política o su más alta versión es la Política Exterior. Así lo hemos podido ver a lo largo de la historia de las naciones, los procesos de desarrollo, las miradas geopolíticas de sus líderes y los vínculos entre los Estados. Esto no ocurre en el país de Milei.
Con el ejercicio de una suerte de diplomacia «privada», pareciera dejar de lado la defensa de los intereses de la Argentina para recorrer parte del mundo, fundamentalmente Estados Unidos, y visitar a su ídolo Elon Musk o recibir una condecoración de una organización judía, como consecuencia de su adscripción a dicha religión.
Su dogmatismo religioso por un lado, y sus ansias de validación personal –algo para tratar en terapia- por el otro, parecieran ser los únicos motivos que movilizan la política exterior de su
gobierno.
Ni Malvinas (vimos el papelón con la BBC), ni el multilateralismo (adhesión incondicional a los Estados Unidos e Israel y hostilidad a China), ni la mirada regional (agresiones a Lula, ninguneo a Uruguay, opiniones sobre Bolivia o Chile de Bullrich, ataques a presidente de México o Colombia) y mucho menos la tradicional política de Derechos Humanos de Argentina forman parte de la agenda de Milei.
Internacionalmente, hoy la Argentina tiene un presidente que ya lo han ubicado como un referente de la ultraderecha o «derecha trash» -pese a que cierto sector del periodismo vernáculo se hace
el distraído-.
La negacionista, agresiva, xenófoba y neoliberal derecha global. El «neoliberalismo Frankenstein». El comunismo inexistente es su enemigo. Algunos ultrarricos o «tecnomesías» lo han arropado. ¿Algo bueno se puede esperar de todo esto?
Nuestra realidad, hacia adentro del país, es la otra cara de esta moneda que no queremos. Las medidas tendientes a lograr el loable objetivo que deseamos los argentinos (¿de bien?) de bajar la inflación y equilibrar las cuentas fiscales trajo, paradójicamente, mas inflación por la desregulación de precios de alimentos, servicios, prepagas, etc.
Este impacto en el bolsillo de los argentinos que vieron licuados salarios y jubilaciones, fulminó a la clase media y generó un aumento de la pobreza.
Obviamente la idea de ordenar la macroeconomía era algo necesario. Pero, ¿a qué costo? ¿Y es sustentable ese superávit? ¿O es «cosplay», como le gustaba jugar a Milei y algunos acólitos?
También es cierto que sin la «macro» no se puede. Pero solo con ella no alcanza. El derrumbe de la actividad económica es fenomenal en estos meses.
La caída de la actividad industrial, de la construcción, de las ventas y el aumento del desempleo muestran que el gobierno no tiene plan para esto. Sólo un país con una economía reprimarizada y de corte extractivista. Un modelo neocolonial y que no es sustentable para que vivan 47 millones de argentinos.
Mientras tanto, se debate la «ley bases», que con las facultades delegadas al presidente ignora el artículo 29 de la Constitución Nacional -la pensada por Alberdi sí-, que condena las facultades extraordinarias.
Insiste el gobierno con una ley que intenta modificar la matriz argentina, desmantelando el Estado, atacando los pilares de la estructura social argentina: la Educación pública, la Salud Pública y el régimen de seguridad social.
Las privatizaciones de las empresas, el régimen de incentivos para las grandes inversiones (RIGI), la reforma laboral y el paquete fiscal donde se promueven blanqueos y reducciones en el
pago de bienes personales al tiempo que se reinstala ganancias o se saca el monotributo social, son una muestra del intento de rediseño de sociedad para pocos que persigue el Gobierno.
Es cierto que la Argentina es una casa que necesita reparar su instalación eléctrica, sus goteras o algún piso, pero de ninguna manera es motivo para demoler la casa y sobre ruinas intentar algo
que ya fracasó en el mundo.
Indefectiblemente, debemos oponernos a este experimento y generar condiciones para proponer ideas, propuestas y personas que sean una alternativa para una Argentina pujante, para todos, en paz, sin agresiones ni odios.
Con un Estado inteligente, una industria diversa y una dirigencia renovada sin distinciones sectarias ni partidarias. Mientras tanto decimos, ASI NO MILEI.
(*) – Guillermo Justo Chaves es dirigente peronista y abogado. Fue jefe de Gabinete de la Cancillería y presidente de Trenes Argentinos Operaciones.