Si hay algo que Marcelo Bielsa nunca dejará de hacer es sorprenderme. El otro día tenía mucha expectativa de ver su debut al frente de Uruguay contra Chile porque con Marcelo, de un tiempo a esta parte, me pasa algo contradictorio. Es un tipo que admiro en lo humano y en lo personal más allá de que para mí su psiquis siempre es un intríngulis, pero sus equipos no terminan de convencerme demasiado. Hago la salvedad de algunos momentos del Leeds, que me hicieron acordar a los equipos de Bielsa que tanto admiré en algún tiempo.
El sorprendente Marcelo Bielsa, el entrenador que muchas veces parece llegado de otra galaxia
Decía que tenía ganas de ver a Uruguay. Y Uruguay no me defraudó. Mostró muchas de las cosas buenas que le reconozco al estilo de Bielsa: el intento de jugar siempre desde el fondo pero no para dormir la pelota sino buscando verticalidad. La velocidad para pasar de defensa al ataque sin mediar zonas intermedias. La ductilidad de algunos futbolistas para cambiar de posiciones en el campo. Y contundencia.
Conclusión: Uruguay le ganó a Chile con claridad y por momentos hasta se podría decir que el partido no tenía equivalencias entre uno y otro. Pero luego en la conferencia de prensa, al ser consultado sobre qué de su mano mostró el equipo, Bielsa fue claro: “No es algo que lo hayamos trabajado. Eso tiene que ver con el estilo de los jugadores y sus cualidades. En realidad el entrenamiento fue un solo día así que, por más que estuvimos más días juntos, las necesidades de descanso posterior al partido del fin de semana en sus clubes, solamente pudimos entrenar un día por lo que nada de lo que el equipo mostró fue producto de la influencia del trabajo”. Y las mandíbulas de todos los presentes comenzaron a barrer el piso. Más Bielsa, imposible.
Alguna vez escribí una nota en la Revista Un Caño en la que narré algunas anécdotas del tiempo que hace que conozco a Bielsa y me voy a apoyar en esos apuntes para contar un poco cómo era este hombre allá por sus comienzos.
Conocí a Marcelo Bielsa en junio de 1992, en Cali. En aquella época yo trabajaba para Clarín y Bielsa dirigía a Newell’s. Mi primer contacto fue en las calles colombianas. Nos cruzamos y, después de las presentaciones de rigor, me invitó, junto a otros periodistas, a ver algunos videos en la habitación de su hotel. Pegamos buena onda y durante esa semana charlamos varias veces. Siempre de fútbol, nunca de la vida o de otras cosas. Su trato siempre era distante.
Dos anécdotas me quedaron grabadas de aquel viaje. Una fue la charla previa al partido ante América de Cali, narrada por mi compañero de viaje, el fotógrafo Jorge Durán. Al terminar la charla, todos partieron hacia diferentes lugares y el único que quedó en el salón fue el Loco Berti, el volante central de aquel equipo.
Bielsa y Berti quedaron frente a frente mirándose a los ojos durante varios segundos (¿un minuto, tal vez?) ante la mirada atónita de algunos fotógrafos. La escena, finalmente, terminó cuando Bielsa, sin sacarle los ojos de encima a Berti, le dijo: “Usted ya sabe lo que tiene que hacer, ¿no?”. A lo que Berti asintió. Se dio media vuelta y se fue.
Luego del partido que Newell´s empató angustiosamente emprendimos el regreso y en ese viaje conocí otra faceta del entrenador: tenía (¿tiene?) terror a los aviones. Pocas veces vi a una persona sufrir tanto. Iba erguido, agarrado del asiento de adelante, clavando las uñas en el respaldo y desorbitado. En un momento me paré y al verlo le dije: “Estás re loco, Bielsa”. A lo que me respondió con una mueca de terror: “Sí, puede ser. Pero ni te imaginás cómo vas a estar vos a mi edad”, me respondió.
Fue un vuelo complicado, de esos lecheros. Cuando quedamos varados en Salta sucedió otra escena surrealista. Bielsa encaró al fotógrafo Durán y le dijo: “¿Qué te parece si nos vamos en colectivo? Arrancamos para la ciudad, nos comemos unas empanadas, tomamos el micro y mañana a la tardecita estamos por Buenos Aires”. Durán y yo nos miramos absortos. Un rato después, todos subíamos al avión. Y Bielsa volvía a parirla.
Cuatro años después fui a buscarlo a la concentración de su equipo en el hotel Presidente, cuando ya dirigía a Vélez. Lo quería convocar para realizar unos seminarios de capacitación para los periodistas de Olé. Bielsa había cambiado. Era más parecido al hombre que después asumió en la Selección: más hermético, más desconfiado y, también, más golpeado.
Aceptó brindar los cursos sin cobrar un peso. “Me parece atractiva la idea de darle más herramientas de juicio a los periodistas”, dijo. Y se presentó una semana después ante el auditorio cargado de gráficos y muchísimas explicaciones sobre los diferentes sistemas de juego de la historia. Allí nos enteramos que su modelo de juego eran los equipos de Louis Van Gaal. Y tantas otras cosas que luego nos servirían para entender qué les pasa a los técnicos en los bancos de suplentes o por qué toman algunas decisiones.
Después de un tiempo, alguien me dijo que Bielsa había quedado decepcionado por aquel encuentro con los periodistas de Olé. “Utilizaron aquella charla para criticarme”, me comentaron que había dicho, aunque nunca pude confirmar si era cierto su malestar. Como todos saben, Bielsa es inabordable y, cuando él lo decide, nadie se le puede acercar.
La última vez que lo vi fue en Ezeiza. Yo estaba en El Gráfico y queríamos hacerle una nota. Como no había posibilidad de una exclusiva, cinco periodistas de la revista concurrimos a la concentración de la Selección para realizar varias preguntas durante la conferencia de prensa. Sabíamos que la mayoría de los periodistas se retiraba de la sala al cabo de media hora de charla y, por eso, aprovecharíamos la disponibilidad de Bielsa para hablar de todos los temas en ese ámbito sin restricciones horarias. Sería una especie de exclusiva lograda con artilugios.
Estuvimos como una hora y media en un ida y vuelta interesantísimo. Bielsa, que no es ningún boludo, se dio cuenta claramente de la triquiñuela que habíamos planeado, pero aceptó sin chistar.
En un momento, incluso, pensó que no había más preguntas porque nosotros estábamos esperando que la mayoría de los periodistas se fueran, por lo que amagó a levantarse. Allí le dije que no habíamos terminado y él volvió a su puesto después de disculparse.
En otra oportunidad quisimos hacer una nota con él para la Revista Un Caño. Por lo que emprendimos viaje hacia Entre Ríos (vivía allí en una casita, alejado de todo) los periodistas y mis amigos Fabián Mauri, Alejandro Caravario, Pablo Llonto y yo. Después de medio día de viaje, llegamos y nos presentamos en la casa en donde vivía.
Nos atendió una persona que nos dijo que Bielsa no nos podía atender en ese momento. Le dejamos una carta explicándole que nuestra intención era entrevistarlo. Nos fuimos a dormir y al día siguiente teníamos una notita en la casilla de nuestro hotel en la que Bielsa decía que lamentaba que hubiéramos recorrido tantos kilómetros para verlo, pero que él estaba en una especie de retiro y que por eso no tenía intenciones de hablar.
Fuimos otra vez hasta su casa para convencerlo, pero otra vez esa persona que mediaba como interlocutor nos dijo que la decisión de Marcelo era inmodificable. Enseguida entendimos que efectivamente era así y al día siguiente emprendimos el regreso.
Ya nunca más estuve ni cerca de cruzarlo, aunque el afecto que siento por él excede por mucho la distancia física. Soy un convencido de que la honestidad no es una virtud sino una obligación. Por eso me niego a elogiarlo por ser honesto. Pero sí puedo decir que, después de 40 años de profesión, Bielsa fue el entrenador más inteligente, capaz e incorruptible que conocí. Y esto sí sí, más allá de las derrotas o triunfos circunstanciales (¿quién no se ha mandado una cagada a lo largo de su vida?), lo convierte en un tipo especial. O espacial. Porque muchas veces parece llegado de otra galaxia.