Al estandarizar la educación solo logramos aumentar la brecha de conocimientos entre aquellos que se logran adaptar al sistema educativo y a los que, por cuestiones socioeconómicas o limitaciones de cualquier tipo, esto no les es posible, planteó la autora.
La educación que nos debemos
Hoy ya no se discute que ese inicio es diferente para cada chico, que no todos aprendemos de la misma forma ni tenemos las mismas capacidades o intereses.
Cada niño es único y debería poder acceder al tipo de educación que mejor se adapte a su vida y a sus necesidades, sin que lo condicione su contexto.
Estandarizar la educación es partir de la base de que todos los chicos crecen y se desarrollan dentro del mismo ámbito y con acceso a herramientas similares. De más está decir que esto no es así.
Al estandarizar la educación solo logramos aumentar la brecha de conocimientos entre aquellos que se logran adaptar al sistema educativo y a los que, por cuestiones socioeconómicas o limitaciones de cualquier tipo, esto no les es posible.
Por eso resulta imprescindible que, tanto la educación pública como la privada, sirvan más que nunca como un impulso inicial.
Como una escalera cuyos peldaños brinden el conocimiento necesario para desenvolverse de la mejor manera posible en la sociedad adulta. Que les permita optimizar las oportunidades que la vida les presentará.
Debemos entonces lograr que la educación se convierta en la mejor aliada de cada uno de ellos, puesto que incidirá profundamente en el resto de sus vidas. Eso, por supuesto, también incidirá en el desarrollo del país.
Educarlos para crear ciudadanos instruidos, responsables y preparados para ser libres. Que los chicos tengan a su alcance las herramientas para decidir sobre su vida y valerse por sí mismos debería ser la prioridad de toda la sociedad. Que las escuelas tengan la posibilidad de elegir su propia metodología en base a la realidad en la que está inserta, más allá de cualquier mandato burocrático, debería ser la regla.
Los niños deben ser lo primero para los gobiernos, docentes, sindicatos y todos los actores del ecosistema educativo. Eso hoy no se está dando.
Siempre hay una excusa de por medio: la pandemia, los gremios y muchos otros pretextos más para no encarar las reformas educativas
necesarias que realmente impacten de forma positiva en la realidad de millones de chicos. Incluso, muchas veces la dificultad y «el largo plazo» de una reforma educativa es la causa por la cual ningún proyecto político tiene este tema en agenda. Esto no puede esperar; es urgente.
No cabe duda de que el desafío de emprender una reforma educativa revolucionaria como la que necesitamos para ser parte del mundo pujante suele desalentar a cualquiera que se asome a curiosear un poquito. Es lo más parecido a tener que cambiar una rueda pinchada con el auto andando.
Pero tampoco estamos frente a una problemática inédita en el mundo. Podemos aprender de otros países, combinar experiencias exitosas, adaptarlas a nuestra sociedad y a nuestras necesidades.
Pero para eso tenemos que levantar la vista, buscar todas las alternativas educativas de calidad que existen y ponerlas al servicio de una mejor educación.
No podemos seguir usando la misma fórmula para todos los chicos. No podemos tener un sistema educativo talle único.
Propongo entonces traspasar las barreras ideológicas y partidarias y ponernos de acuerdo, contestando de nuevo hasta las preguntas que damos por más básicas:
* ¿Cómo llegamos a tener el sistema educativo que tenemos hoy en la Argentina?
* ¿Por qué es obligatorio?
* ¿En qué momento el Estado pasó a ser el responsable único de educar a nuestros chicos?
* ¿Hay otras formas de educar? ¿Cuáles?
* ¿Por qué no aumentar la relevancia de directivos y docentes en el proceso, en lugar de centralizarlo y uniformarlo desde la burocracia?
* ¿Qué buscamos al limitar sus espacios, hacerlos adoptar una rutina y determinadas normas?
* ¿Quién debe elegir la educación de los chicos y quién debe impartirla?
* ¿Qué papel juega la tecnología?
* ¿Cómo los preparamos para ser resilientes a un mundo dinámico, incierto e impredecible?
* ¿Cómo incentivamos a los chicos a aprender cuando abunda la información, pero lo que falta es motivación?
Debemos ser lo suficientemente maduros para sentarnos los distintos actores del sistema en la misma mesa y responder honestamente estas preguntas. Tenemos que ser capaces de confiar y apoyarnos en los datos, en la evidencia. No quedar atrapados en mezquindades de la política.
Nadie tiene respuestas exactas a todas estas preguntas, pero sí es importante empezar a hacerlas y encontrar consensos en las respuestas. Definitivamente el sistema educativo tal como lo conocemos hoy es obsoleto para este mundo dinámico en el que vivimos.
La educación se tiene que adaptar a cada niño, no cada chico a una educación única y universal. Esto requiere mayor libertad en su elección.
Pero lejos está de ser todo negativo, los casos de éxito en nuestro sistema educativo también abundan. A la vez que batimos records de deserción escolar también nos encontramos con historias emocionantes dentro de las escuelas y universidades. ¿Será cuestión de darle la relevancia que merecen?; y si esos casos existen, ¿cómo fueron posibles? ¿Por qué no aprendemos de ellos?
Esta columna no es más que un llamado a la reflexión de lo imperioso y urgente que es revolucionar el sistema educativo, sin más dilaciones, con la seriedad y la profesionalidad que nuestros chicos se merecen.
Y cuando digo revolucionar, no me refiero a los contenidos, ni a la metodología. No necesitamos reinventar la rueda. Sobra experiencia y casos en el mundo para que salgamos victoriosos.
Lo revolucionario está en el coraje de dar esta batalla, darse cuenta de que es posible cambiar la educación para que logre adecuarse a cada chico y no a la inversa. Somos muchos los que estamos dispuestos a encarar el desafío, con visión a largo plazo y sin ningún rédito a título personal.
Ojalá en breve abramos la puerta para debatir la educación que Argentina se debe.
(*) – Marina Kienast es legisladora de la Ciudad de Republicanos Unidos.