El documental retrata el modo en que la modelo y el actriz sorteó los escándalos y los utilizó para campañas por cuestiones medioambientales, de derechos humanos y animales: «Estaba harta de tener que hablar de mis novios y de mis tetas. Si le sumaba el activismo, eso podía significar algo».
Pamela Anderson en Netflix: «El activismo es sexy»
En 1997, la organización People for the Ethical Treatment of Animals (PETA) recibió una carta escrita en papel lila, enviada por una persona que los apoyaba desde hacía largo tiempo. De joven, Pamela Anderson había enviado al ente que defiende los derechos animales correos con monedas de un cuarto de dólar. Ahora, gracias a sus tapas de Playboy y su personaje en traje de baño rojo corriendo en cámara lenta, la guardavidas de Malibu CJ Parker de Baywatch (vista por 1100 millones de personas en todo el mundo en el pico de su éxito), era una de las mujeres más famosas del mundo. Y estaba determinada a utilizar su ubicuidad para llamar la atención sobre causas que realmente le importaban.
«Estaba harta de tener que hablar todo el tiempo de mis novios y de mis tetas», dice ahora la actriz de 55 años y activista, en el nuevo documental Pamela, una historia de amor, que se estrena en Netflix este martes 31 de enero. «Pero pensé que si a eso podía sumarle el activismo animal, o el activismo por el medio ambiente, entonces podía significar algo.» En esa nota escrita a mano, Anderson sugirió que unieran fuerzas con PETA para elevar más su perfil. Su colaboración inaugural fue el primer gran cartel publicitario de la organización en Times Square, New York, mostrando a la modelo desnuda salvo por salpicaduras de nieve, con el slogan «descartá el abrigo de piel».
Cuando el aviso publicitario debutó durante la Semana de la Moda en la ciudad, Anderson y quien era entonces su marido, Tommy Lee, estaban embarcados en una disputa legal de alto perfil relacionada con el robo y distribución de su filmación sexual (robada de una caja fuerte en su casa por un técnico eléctrico descontento, tal como documentó Pam & Tommy, la reciente serie de la plataforma Hulu realizada sin la aprobación de Anderson). El año anterior, ella le había presentado al conductor de The Tonight Show, Jay Leno, una cinta que recopilaba todas las veces que él los había mencionado a ella y a Lee en sus monólogos de apertura. Doce meses después, y embarazada de su segundo hijo, era la línea de remate de bromas de mal gusto en casi todos los programas nocturnos.
Elegir ese momento para lanzar su campaña mostró un pragmatismo y una autoconsciencia que desde entonces ha caracterizado el activismo de Anderson, siempre efectivo para llamar la atención. La gente ya estaba mirando, razonó ella, así que por qué no darles algo que valiera la pena mirar. «Siempre estaba siendo ridiculizada, era objeto de bromas, y quise tomar eso y utilizarlo para bien», recuerda en el documental. Más tarde reflexiona: «El activismo es sexy. Tenés que ser valiente y tenés que usar lo que tenés.»
Es la declaración de una misión a la que se ha apegado por más de 25 años, echando luz con cosas que van de la pesca a mar abierto sin control a conseguir un mejor respaldo para los conductores de taxis en la era de las apps de viajes. En 2005 encabezó una iniciativa para concientizar sobre el hiv en la campaña de Viva Glam Aids, posando sobre un auto tachonado de cristales de Swarovski que había pertenecido a Liberace. En 2014 lanzó la Pamela Anderson Foundation, una organización dedicada a «los derechos humanos, animales y ambientales» que apoyaba causas como Help Refugees, Cool Earth y el California Wildlife Centre (donde tomó la tarea en sus propias manos, alimentando colibríes y, según sus propias palabras, «limpiando un montón de caca».
El «arma secreta» de Anderson, según cree, es que cuando la gente la ve asume que es una muñeca viviente, la cabal representación del esterotipo de «rubia tarada». «Cuando alguien no cree que seas inteligente pero entonces formás una frase completa y articulada, sos una genia», bromeó en un evento en su país natal, Canadá, en 2019. Se puede tomar la extendida confusión -y luego los elogios- cuando ella tuiteó en apoyo a la protesta de los «chalecos amarillos» en Francia en 2018. «Desprecio la violencia… ¿pero qué es la violencia de todas esas personas y sus autos quemados comparada con la violencia estructural de las elites francesas y de todo el mundo?», posteó. «En lugar de estar hipnotizados por las imágenes de incendios, deberíamos preguntarnos de dónde viene esto». El tuit llevó a que Kate Aronoff, periodista y autora de Overheated: How Capitalism Broke The Planet – And How We Fight Back, («Sobrecalentados: Cómo el capitalismo quebró el planeta – Y cómo lo combatimos»), tuiteara: «Pamela Anderson tiene una visión infinitamente más sustanciosa de lo que está sucediendo en Francia que el Wall Street Journal.»
El elemento sorpresa trabaja a favor de Anderson. Al leer sus entrevistas se tiene la impresión de que disfruta el confundir las expectativas que se tienen de ella. «Hablo en el Kremlin o en la conferencia económica de Vladivostok sobre la energía verde, sobre la economía verde», le dijo a The Hollywood Reporter en 2018. «Y no sé qué es lo que espera la gente de mí. Puedo hablar de ballenas y del medio ambiente, de la biodiversidad de los océanos. Puedo hablar de lo que quiera porque creo que la gente aún me está mirando, me presta atención, tratando de descubrir… ‘¿por qué está ella aquí?'».
Los derechos animales siguen siendo una pasión para Anderson, que se hizo vegetariana cuando era adolescente tras abrir una puerta del cobertizo de su padre y encontrarse un ciervo decapitado colgando cabeza abajo. Luego de que ese cartel en Times Square causara agitación, su sociedad con PETA la ha visto ponerse plantas de lechuga en lugares estratégicos (con la frase «Da vuelta una nueva hoja») y recrear la escena de la ducha en Psicosis de Alfred Hitchcock para llamar la atención sobre el consumo de agua en la industria de la carne y de la leche.
En imágenes de 2004 que aparecen en Pamela, una historia de amor, ella busca el apoyo de fans que se congregaron en un Virgin Megastore para adquirir una copia firmada de su novela Star («Una mirada interna al mundo de los egos inflados y los cuerpos igualmente inflados», de acuerdo a los editores Simon & Schuster), a quienes les pide que firmen una petición de PETA para que los guardias de la Reina dejen de usar gorros con piel real de oso. Es un astuto quid pro quo, una firma por otra firma. Se dice que Pamela también escribió una nota a Su Majestad para acompañar el documento; su trabajo de lobby no dio resultado, pero no ha abandonado la cruzada por la utilización de pieles falsas de oso. En 2021 le envió una carta sobre el tema de Boris Johnson.
De manera inevitable (y, claro, deliberada), las campañas de Anderson han provocado controversia. PETA se refiere con orgullo a ella como su «arma de distraccción masiva». En 2010, el entonces vicepresidente senior, Dan Mathews, la elogió por haber «atraído a legiones de adictos a la cultura pop al sitio web de PETA, y despertar el interés en asuntos animales de una manera única.» La estrella ve esa habilidad para conseguir nuevos públicos como un argumento distintivo de venta. «Llego a una audiencia que es importante», le dijo al diario Los Angeles Times en 2019. «Tengo un montón de amigos que son intelectuales, pero que están predicando para los que ya están convencidos.»
Entre sus imágenes más llamativas está una de 2010, “All Animals Have The Same Parts” («Todos los animales tienen las mismas partes»), que muestra el cuerpo en bikini de Anderson marcado como un diagrama de carnicero. Cuando Anderson aterrizó en Montreal para descubrir la imagen, se enteró que había sido prohibida por oficiales del estado local, que la criticó por sexista y cosificadora. ¿Su respuesta? «En una ciudad que es célebre por sus bailarinas exóticas y por ser progresista y audaz, es muy triste que una mujer pueda ser prohibida por usar su propio cuerpo en una protesta política.»
Su estatus como símbolo sexual -y faro para la positividad sexual- significó que cuando se unió al rabino de celebridades Shmuley Boteach para protestar contra la industria porno en 2016, la extraña pareja despertara reacciones críticas de ambos lados del espectro político. En una carta abiera, culparon al porno por la ruptura de matrimonios, describiéndolo como «una salida aburrida, dispendiosa y sin sentido para gente demasiado perezosa para cosechar las amplias recompensas de una sexualidad saludable.» The Daily Beast señaló que «la condena de Anderson hacia el porno como la fuente de la mala conducta de los hombres está más basada en la histeria que en los hechos», y apuntó a viejos argumentos sobre el género. Los críticos conservadores, mientras tanto, insinuaron que su carrera en Playboy (que Anderson ha descripto como «inocente» y «estimulante») y su video sexual (distribuido sin su consentimiento) hacían que sus comentarios fueran hipócritas.
Aún más divisivos fueron sus pronunciamientos sobre el movimiento #MeToo. Poco después que The New York Times publicara su investigación sobre Harvey Weinstein, Anderson le dijo a la conductora televisiva Megyn Kelly que las víctimas de Weinstein deberían haber sabido que no debían meterse en la habitación de hotel del productor. «Vos sabés en lo que te estás metiendo si entrás sola a una habitación de hotel… es una cuestión de sentido común: no entres sola a una habitación de hotel», dijo.
Y estuvo su inquebrantable apoyo a Julian Assange, fundador de WikiLeaks. Fueron presentados por su común amiga Vivienne Westwood, y su relación se ha vuelto fuente de controversia, dado que el mismo Assange fue acusado de agresión sexual, cosa que él niega; la investigación fue desestimada por las autoridades seucas en 2019. También atrajo una fascinación sin fin. Anderson lo visitó en la embajada ecuatoriana en Londres, adonde le llevó un sandwich vegano (más tarde, una teoría conspirativa señaló en las redes que Anderson había envenenado fatalmente a Assange con ese sandwich); luego lo visitó en la prisión de Belmarsh, donde se encuentra desde 2019 y desde donde batalla contra un pedido de extradición.
Estaban… ¿juntos? En una entrevista con People en 2017, Anderson no aclaró nada. «Julian está tratando de liberar al mundo por medio de la educación», dijo. «Entiendo que nuestro ‘asunto’ y la curiosidad que lo rodea puede atraer algo de atención a su situación. Esto está buen, pero no voy a entrar en detalles privados. Digamos que todos merecen amor.» Al año siguiente protagonizaron una bizarra sesión para The Hollywood Reporter; realizada por David LaChapelle, amigo de Anderson, mostraba a la pareja bañada en un aura casi de santidad, con su pelo platinado despeinado por ventiladores.
La dedicación de Anderson a sus causas la ha llevado a algunos lugares cuestionables. Tras escribirle a Vladimir Putin en 2009, pidiéndole que dejara de importar productos de foca, el presidente le pidió encontrarse en Rusia, y poco después prohibió la práctica. Seis años después, ella lo presionó a tomar acciones sobre el mercado de carne de ballena, y recibió otra convocatoria al Kremlin; allí debatieron sobre la conservación marina con el entonces mano derecha de Putin, Sergei Ivanov, en un encuentro televisado. Putin incluso la invitó a su ceremonia inaugural de 2012, sugiriendo que ella podía presentarle un bouquet de flores. Anderson, que tenía compromisos previos, declinó cortésmente.
Cuando apareció ese primer cartel de PETA en Times Square, más de un cuarto de siglo atrás, las campañas encabezadas por celebridades eran una especie relativamente rara; ahora es prácticamente obligatorio ser una estrella-barra-activista. En este cambiado paisaje, Anderson continúa actuando en consecuencia con sus palabras, aunque ahora a veces lo hace desde detrás de la escena. «Con el activismo muchas veces siento que, especialmente con las celebridades, todo se vuelve más centrado en la persona famosa que en la verdadera causa», le dijo al sitio AnOther en 2020. «Quiero hacer cosas que realmente marquen una diferencia, como darle dinero a la gente en la primera línea. Y menos de eso de ‘Mírenme, mírenme, esto es en lo que creo’. Es mucho más efectivo para ayudar a la gente. Más ahora que nunca. No se trata tanto de ser la chica de poster para conseguir cosas.»
Un símbolo sexual que es resueltamente anti-porno (pero siempre levantará la bandera por Playboy), una activista de los derechos animales que hace alianzas con un líder con turbios antecedentes sobre los derechos humanos, una autodescripta feminista que ha dicho que el movimiento puede ir «demasiado lejos»: es difícil condensar las visiones políticas de Pamela Anderson en un manifiesto coherente y comprensible, tan abundante como es a veces en incongruencias. Ella es una contradición andante, pero siempre una contradicción fascinante. Subestimarla puede ser un riesgo.