“Pero yo no soy una escritora. Soy simplemente un ser humano en busca de expresión. Escribo porque no puedo impedírmelo, porque siento necesidad de ello y porque es mi única manera de comunicarme con algunos seres, conmigo misma. Mi única manera.”
Así habló Victoria Ocampo, y con esas palabras habla hoy: una voz tan potente y determinante para el panorama cultural argentino del siglo XX no puede sino seguir enviando mensajes, “comunicándose con algunos seres”, seguir dando testimonio, tantos años después, de lo que pasaba en el corazón de los argentinos de su época. Amada, ignorada, despreciada, arbitraria, dueña de una vitalidad sin par y de un instinto notable, viajera y feminista, mecenas y brillante cronista del mundo entero, rompió con los moldes de su tiempo y por eso fue atacada sin piedad desde los dos extremos del arco ideológico.
En 1931 fundó Sur, revista literaria por excelencia, puente cultural hacia Estados Unidos, Europa y Oriente, que construyó de un modo tenaz –superando no pocos obstáculos- y que cuidó durante décadas como un tesoro.
Escribió libros imprescindibles: sus Testimonios y su Autobiografía están allí para quien quiera ahondar en la figura y derrotero de Ocampo. En palabras del filósofo y novelista Albert Camus: “He pensado que sus mémoires constituirían una especie de monumento que testimoniaría sobre todo lo que hubo de grande en nuestro tiempo, y esto es una cosa excepcional”
En Victoria, paredón y después (Edhasa), libro fugaz e iluminador, Ivonne Bordelois (1934) –poeta, ensayista y lingüista argentina- se propone celebrar y reivindicar a Victoria Ocampo desde los aspectos centrales de su figura, tan llena de aristas: el genio, la energía, la pasión, las contradicciones y las limitaciones. Para ello, elabora un catálogo que incluye retratos de personalidades ilustres de la cultura del siglo XX con las que Ocampo estableció un vínculo intelectual y espiritual; desde Gabriela Mistral a Paul Valéry, pasando por Jean Cocteau, Ortega y Gasset, Jacques Lacan y Rabindranath Tagore, entre muchos otros.
La polémica relación entre Victoria Ocampo y la escritora británica Virginia Woolf, cuya correspondencia demuestra intensos idas y vueltas pero un constante respeto mutuo –omitido en ocasiones por lo que Bordelois considera “una mirada mezquina de la academia”- merece un capítulo aparte, el último del libro.
Cartas, juicios críticos, historias: todo es material valioso para la autora, que fue colaboradora de Sur durante su juventud y conoció de primera mano esa presencia avasallante y generosa que fue Victoria Ocampo, que sigue siendo Victoria Ocampo, esa tromba dispuesta a avanzar contra viento y marea, fabulosamente sola, hacia el desarrollo de una cultura argentina de cara al mundo.